La batalla de Sekigahara

En 1600, el bando de Tokugawa Ieyasu se enfrentó a los leales al legado de Toyotomi Hideyoshi en un choque por el contorl de Japón

Eran las 11 de la mañana y en el campo de batalla frente a la aldea de Sekigahara el barro ya se mezclaba con la sangre de los caídos. Ambos ejércitos habían hecho retroceder al otro varias veces y, para Ishida Mitsunari, el momento culminante de su plan había llegado: encendió el fuego para dar la señal a sus aliados de que cargaran contra las fuerzas de Tokugawa Ieyasu, las rodearan y masacraran.

El 21 de octubre de 1600 es una de esas fechas clave para comprender la historia de Japón, y para muchos supone el cambio de una edad de corte feudal a una moderna1. No obstante, rara vez hay una batalla o un acontecimiento que lo cambie todo de la noche a la mañana y la batalla de Sekigahara fue otro capítulo, aunque uno de gran importancia, de un relato más largo.

La reunificación de Japón

Antes de que los tres grandes reunificadores, Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, comenzaran a ganar poder a finales del XVI, Japón vivió un siglo de guerras internas conocido como periodo Sengoku (1467-1568).

Aunque Japón nunca tuvo un estado fuertemente centralizado en la figura del emperador o el shogun2, desde el siglo XII, con el ascenso del shogunato Ashikaga (también periodo Muromachi), el emperador había perdido buena parte de su poder y el shogun comenzó a entregar el suyo a los daimyo (soberanos regionales). Una situación que, con el paso de los siglos, llevó a que fueran algunos daimyo quienes concentraran más poder que el shogun y el emperador.

En este contexto surgió Oda Nobunaga, el primer gran unificador. En realidad, Nobunaga fue uno de tantos daimyo que ascendieron de unos orígenes relativamente humildes, aunque nobles. Lo que le diferenció de otros fue su éxito; en el año de su muerte, 1582, controlaba un tercio de Japón y había conseguido destronar al último shogun Ashikaga en 1573.

Quien se hizo con el poder tras la muerte de Nobunaga fue Toyotomi Hideyoshi, uno de sus más fieles comandantes. Junto a otros, decidió que el heredero de Nobunaga sería uno de sus nietos y no tardó en hacer movimientos para controlar directamente el legado de su señor. Derrotó a los que se le opusieron y, en 1591, ya controlaba casi la totalidad de Honshu, la isla principal de Japón.

Con la sartén por el mango, Hideyoshi lanzó una ambiciosa campaña para conquistar China en 15923, que empezó en Corea al negarse su rey, Seonjo de Joseon4, a aceptar un desembarco japonés para pasar por tierra a China. Empezó y acabó, ya que la campaña fue bien en un principio pero el emperador Wanli, de la China Ming, envió tropas a Corea para frenar el avance nipón.

Toyotomi Hideyoshi, por Kanō Mitsunobu | Fuente

La guerra se estancó en la península durante seis años. Lo que iba a ser una campaña rápida para solidificar bases terrestres desde las que atacar China, se convirtió en una picadora de carne que empobreció a los coreanos y galvanizó una fiera resistencia, reforzada por los éxitos del almirante Yi Sunsin. En 1597, una segunda invasión volvió a estancarse, e incluso la flota japonesa recibió una humillante derrota en Myeongnyang. Los sucesores de Hideyoshi ordenaron la retirada en 1598, y dejaron tras de sí una Corea devastada por la guerra y una dinastía Ming en una situación económica extremadamente precaria de la que no consiguió recuperarse.

El camino a Sekigahara

Hideyoshi comenzó a vivir el ocaso de su éxito; la campaña para conquistar China fue un fracaso, su salud comenzaba a debilitarse y no tenía un heredero mayor de edad. Antes de morir, ante el temor de que otros siguieran su ejemplo con la herencia de Nobunaga, reunió a cinco de sus comandantes (entre los que estaba Tokugawa Ieyasu) en un consejo de regentes para que juraran proteger su legado hasta que su hijo Hideyori alcanzara la mayoría de edad.

Ieyasu había sido comandante de Nobunaga y, duranta la guerra de Corea, él permaneció en Japón administrando la región de Kantō, donde asentó las bases de su poder. Empezó a tejer una red de alianzas, casando a sus numerosos hijos, todavía con Hideyoshi en vida. Tras su muerte (1598), comenzó una guerra fría entre Ieyasu y sus opositores, liderados por Ishida Mitsunari, uno de los administradores más capaces y respetados que tuvo Toyotomi.

Tokugawa Ieyasu, por Tannyu Kanō | Fuente

Mitsunari comenzó a buscar apoyos para frenar a Ieyasu, algo que no le resultó fácil, ya que pocos querían enfrentarse a un señor tan poderoso. Ishida llegó a intentar asesinarlo, pero su plan fracasó y acabó perseguido por generales de Tokugawa. En su huida, vestido de mujer en un palanquín, llamó a las puertas del castillo de Fushimi, en el que en ese momento se encontraba Ieyasu. Curiosamente, su enemigo aceptó darle refugio aun conociendo el complot para asesinarle, quizás porque prefería mantener vigilado a un rival que ya conocía en lugar de matarlo y tener que afrontar amenazas desconocidas, e incluso darle más motivos a sus opositores para recelar de él.

En 1599, Maeda Toshiie, otro de los regentes y encargado de preservar la vida de Hideyori, murío. Ieyasu no dudó en mudarse al castillo de Osaka para ocupar su lugar, algo que generó si cabe más tensión con sus detractores. Tanto fue así que Mitsunari le mandó una acusación con 13 puntos, firmada por autoridades de peso, que Tokugawa interpretó como una declaración de guerra. Desde ese verano, ambos bandos se prepararon para el conflicto. 

La campaña de Sekigahara

Además del preludio que ya hemos visto, la batalla tuvo una campaña que se extendió de verano a otoño, fue una auténtica partida de ajedrez esencial para entender el desenlace del choque. Aunque desde 1599 los bandos estaban bien definidos, con Japón casi perfectamente dividida entre este y oeste (con excepciones, como veremos más adelante), no fue hasta el verano del 1600 cuando comenzaron los primeros movimientos.

Fue en julio cuando Uesugi Kagekatsu, del bando de Mitsunari (conocido también como el ejército del Oeste), fue llamado a Osaka por Ieyasu para darle explicaciones de por qué estaba fortificando sus territorios y por qué había intentado asesinar a uno de sus mensajeros, del que pensaba Uesugi que podía ser un espía. Kagekatsu nunca acudió, de modo que Ieyasu llamó a sus aliados y salió de Osaka rumbo a Aizu con su ejército (el llamado «del Este»).

Kagekatsu aprovechó para moverse primero confiando en que Mitsunari marcharía desde Kioto y atraparía en medio a Ieyasu. No obstante, Mogami Yoshiakira y Date Masamune, aliados de Tokugawa, reaccionaron rápido y controlaron la situación en Aizu. Entretanto, Ieyasu se dirigió al castillo de Fushimi, controlado por su aliado y amigo Torii Mototada. Allí pasó la noche y terminó de moldear el plan para su campaña: Mototada debía frenar a Mitsunari en Fushimi mientras Ieyasu terminaba de controlar el noreste y reunía al resto de sus aliados.

Los castillos y el Nakasendō

Mitsunari debía asediar Fushimi si quería acceder al Nakasendō (una de las principales rutas entre Edo, la actual Tokio, y Kioto) e intentar dar con las fuerzas de Ieyasu. En su camino estaba Mototada, que aceptó su papel en la estrategia de Tokugawa y el 27 de agosto el ejército del Oeste comenzó a asediar su castillo. Los defensores debían frenar a Mitsunari a toda costa durante el mayor tiempo posible a pesar de que esto supusiera, previsiblemente, la muerte de todos.

Mientras Mototada resistía en Fushimi, Ieyasu usaba el precioso tiempo que su amigo le estaba regalando para subyugar a Kagekatsu, organizar las tropas y asegurarse castillos a lo largo del Nakasendō. Fue una ruta de ida y vuelta que le sirvió para controlar mejor la situación a sus espaldas mientras Mitsunari avanzaba desde el oeste.

Movimientos de ambos ejércitos | Fuente

Mototada contaba con cerca de 2.000 hombres con los que hizo frente a alrededor de 40.000 durante diez días. El asedio fue extremadamente duro para ambos bandos y la defensa se terminó de descomponer cuando uno de los hombres de Mototada prendió fuego a una torre; Mitsunari había capturado a su esposa e hijos y lo amenazó con crucificarlos. A pesar de que ya no quedaba mucho más que hacer, unos 200 hombres siguieron combatiendo hasta el final. Era el 6 de septiembre cuando Mototada y otros 9 samuráis cometieron seppuku5 con su castillo en llamas, pero habían cumplido su papel.

Con Fushimi caído, Mitsunari pensó tener vía libre para reunir a sus aliados y entrar en el Nakasendō para confrontar a Ieyasu, pero apareció otro problema. Su aliado Oda Hidenobu (nieto de Nobunaga) controlaba el castillo de Gifu, enclave esencial en el Nakasendō, y cayó en manos de Ieyasu el 29 de septiembre. Ahora el ejército del Este tenía el control casi total del Nakasendō, con lo que Tokugawa podría elegir, hasta cierto punto, el lugar de la batalla.

Aunque la ruta de Ieyasu era segura, quedaba el castillo de Ueda a sus espaldas, controlado por el clan Sanada, fiel a Mitsunari. No era esencial apoderarse de la fortificación, pero el peligro de entrar en batalla y que Mitsunari recibiera refuerzos por las espaldas de Tokugawa era real. De modo que el hijo de Ieyasu, Hidetada, lideró el asedio al castillo y se reuniría con el resto de las tropas el 20 de octubre en la antigua provincia de Mino. No obstante, los defensores aguantaron hasta el 16 de octubre y cuando Hidetada llegó a Sekigahara, la batalla ya había terminado.

El Gokaidō, o las cinco rutas de Edo | Fuente

Por su parte, el bando de Mitsunari protagonizó un asedio parecido al de Ueda. A sus espaldas estaba el castillo de Otsu, en manos de Kyogoku Takatsugu. El sitio comenzó el 13 de octubre a cargo de unos 13.000 hombres. Fue duro, costoso y largo. Cayó el 21 de octubre mientras los ejércitos principales se enfrentaban en Sekigahara. Tanto Otsu como Ueda fueron dos asedios que mantuvieron lejos del campo de batalla principal partes importantes de ambos ejércitos, lo que los dejó igualados en números.

Hideaki y Hiroie

En medio de esta campaña, Kobayakawa Hideaki, del ejército del Oeste, mandó un mensaje a Ieyasu, en el que le prometía ponerse de su lado cuando empezara la batalla. Hideaki era un joven de 19 años que había sido adoptado por Hideyoshi. Participó en la invasión de Corea, pero Mitsunari lo retiró y lo acusó de incompetencia. Fue precisamente Ieyasu quien, a su vuelta a Japón, intervino en su favor ante Hideyoshi, algo que el joven Hideaki nunca olvidó. No obstante, tuvo muchas dudas sobre qué hacer; en un principio aceptó la oferta de Mitsunari, pero acabó decantándose por pasarse al otro bando o, al menos, eso le dijo a Ieyasu.

Por si fuera poco para Mitsunari, Kikkawa Hiroie se sentía insultado porque Ishida ordenó que el clan Mori, con cerca de 30.000 hombres, no participase en ninguna operación previa a la batalla. De modo que mandó mensajeros a varios comandantes de Ieyasu para asegurarles que, llegado el momento, no entrarían en combate. Aunque Hiroie no comandaba el clan Mori, sus fuerzas actuarían en vanguardia, con lo que podría forzar a no intervenir al resto de divisiones.

El plan salió como Ieyasu esperaba. Con el control de Nakasendō tenía vía libre para mover sus tropas hacia el oeste, donde estaban las fuerzas de Mitsunari, sin preocuparse por emboscadas y con buenos caminos para marchar de forma rápida. Gracias a esto podía forzar a sus enemigos a entablar una batalla para proteger el castillo de Sawayama (de Mitsunari) u Osaka (donde estaba Hideyori).

Ieyasu llegó a Akasaka el 20 de octubre, un pequeño pueblo que miraba al castillo de Ogaki, donde estaba apostado el ejército del Oeste. Estos lanzaron una pequeña expedición cuya misión era poner a prueba las fuerzas Tokugawa, ya que consideraban que podrían estar preparando un asedio total al castillo. La escaramuza sirvió de poco y ambos bandos volvieron a sus puestos al caer la noche.

Uno de los comandantes de Mitsunari, Yoshihiro, planteó la idea de atacar de noche a las tropas de Ieyasu, pero Ishida la rechazó, considerándola «una táctica de ejércitos menores». La realidad es que ambos estaban igualados en números y la respuesta hirió a Yoshihiro. Mitsunari confiaba en sus posibilidades y tenía claro que no quería defender Ogaki, no obstante, no todos sus aliados estuvieron de acuerdo con su planificación.

Mitsunari estaba en una situación difícil. Quería interceptar a Ieyasu sin enzarzarse en una batalla en torno a Ogaki, porque estratégicamente le importaban más Sawayama y Osaka. Entonces Mitsunari tuvo la idea de dirigir sus tropas a Sekigahara, aldea a la que Hideaki (quien todavía le era oficialmente leal) acababa de llegar. Era un lugar en el que la probable ruta de Ieyasu hacia Sawayama y Osaka a través del Nakasendō estaba expuesta, con lo que podría ser el lugar perfecto para luchar en campo abierto y elegir así el plan de batalla.

La batalla de Sekigahara

En la madrugada del 21 de octubre, empapado por una lluvia espoleada por el viento, Mitsunari llegó con sus tropas a Sekigahara, se encontró con Hideaki y comenzó a planear la batalla. A pesar de que ambos bandos contaban con fuerzas similares, Mitsunari se sentía con ventaja ya que había elegido, hasta cierto punto (no hay que olvidar que Ieyasu pretendía forzarlo a entablar batalla en esta región), el terreno sobre el que luchar, así como un plan con el que pretendía encerrar y masacrar a las fuerzas de Ieyasu.

El plan era ambicioso y complejo. La mayoría de las fuerzas de Mitsunari esperaban a Ieyasu en formación de alas de grulla, con los flancos más avanzados preparados para envolver y engullir al enemigo. La formación taponaba las rutas del Nakasendō y varias divisiones del clan Mori esperaban cerca del monte Nangu, a las espaldas de donde estaría Ieyasu, para encerrar del todo al ejército del Este y convertir una batalla en campo abierto en un matadero del que no tendrían escapatoria.

Disposición inicial de las tropas en Sekigahara | Fuente

A primera hora de la mañana ambos ejércitos se encontraban frente a frente separados por la espesa niebla que había tomado el testigo de la lluvia. Una vez que esta se despejó, hubo cierta sorpresa al comprobar que ambos bandos estaban más cerca de lo que pensaban. La batalla no tardó en comenzar con un feroz ataque frontal de la sección central de las fuerzas Tokugawa.

El empuje del ejército del Este fue tal que pronto amenazaron la posición del propio Mitsunari, quien tuvo que rehacer la formación para formar varios anillos defensivos. Ordenó usar cinco cañones contra los enemigos, lo que logró que estos se replegaran para recomponerse de la terrible salva que recibieron.

Entre las 8 y las 10 de la mañana la situación discurrió como Mitsunari esperaba: el centro había aguantado el ataque e incluso había conseguido hacer retroceder a las fuerzas Tokugawa. Habían caído numerosos guerreros de ambos bandos, pero sólo unos 35.000 de sus 80.000 soldados habían participado.

A la derecha de Mitsunari, los hombres de Yoshihiro no habían entrado en combate ni cuando el enemigo estaba delante amenazando la posición de Mitsunari. Él mismo fue a pedirle explicaciones a Yoshihiro, quien lo despachó diciéndole que cada unidad miraba por su propio bien; quizás todavía no había olvidado el insulto de la noche anterior.

Mitsunari volvió a su puesto esperando que, llegado el momento, Yoshihiro actuase. Entretanto, el contingente central, de Ukita Hideie, había hecho retroceder a los Tokugawa aún más. Lo que podrían ser buenas noticias en realidad complicó el dibujo táctico que había trazado Mitsunari, porque los flancos necesitaban reposicionarse para envolver al enemigo.

Cambio de bando

Cuando dieron las 11 de la mañana, los hombres de Hideie habían retrocedido de nuevo, reajustando la formación, por lo que Mitsunari supo que era ahora o nunca. Encendió el fuego para dar la orden a Hideaki y al clan Mori de atacar, pero nadie reaccionó. A lo largo del campo de batalla, varios comandantes del ejército del Oeste enviaron emisarios pero ninguno obtuvo respuesta. Hideaki no se movía, y el clan Mori tampoco.

Al otro lado, Ieyasu también empezaba a estar nervioso. Vio que Hideaki no se movía contra sus tropas, pero tampoco contra las de Mitsunari. Esperaba no tener que luchar contra el clan Mori, pero en su plan también entraba en juego que los 15.000 guerreros de Hideaki no sólo no combatieran contra sus tropas, sino que giraran hacia la izquierda y atacaran el flanco derecho de Mitsunari.

Desesperado por la indecisión de Hideaki, Ieyasu mandó a sus arcabuceros disparar cerca de su posición, lo que le hizo entrar en acción tal y como había prometido. Mandó a sus guerreros atacar el flanco, donde estaba Otani Yoshitsugu. Este no se fiaba de Hideaki y había apostado algunas divisiones en el flanco por si los traicionaba, como finalmente ocurrió. No obstante, no pudieron parar al enorme contingente de Hideaki durante mucho tiempo.

Réplica alterada de 1854 de un original de 1620 que representa la batalla de Sekigara | Ampliar aquí

Poco a poco, los hombres de Yoshitsugu caían y supo que su final estaba cerca, pero la retirada no era una opción. Mandó a uno de sus hombres, Yuasa Goro, que le cortara la cabeza y la escondiera para que nadie la encontrara. Goro cumplió bien su misión, ya que nadie encontró la cabeza de su señor y, en medio del barro y la sangre, cometió seppuku mientras el resto de los guerreros de Otani eran masacrados.

En el centro, Hideie comprendió que Hideaki los había traicionado y se abrió paso hacia el flanco para encontrar al traidor y cortar él mismo su cabeza. Sus propios hombres consiguieron retenerlo antes de poder realizar esa misión suicida. Dando la batalla por perdida, huyó con sus hombres a las montañas.

Por su parte, las tropas del clan Mori siguieron sin moverse, aunque habría sido difícil, con sus hombres en combate podría haber habido alguna oportunidad para el bando del Oeste. Mitsunari, viendo que casi todos sus comandantes habían caído o se retiraban, también huyó a las montañas mientras las diferentes divisiones se retiraban y esparcían. El ejército del Oeste había sido derrotado y su alianza se había hecho añicos. Aquella mañana, en Sekigahara, Ieyasu abrió de par en par las puertas para controlar todo Japón.

Bibliografía

-BRYANT, A.J.: Sekigahara 1600, Osprey Publishing, 1995.

-JANSEN, M.B.: The Making of Modern Japan, The Belknap Press of Harvard University Press, 2000.

-VILLAMOR, R.: La Guerra Imjin, HRM Ediciones, 2017.

Notas

  1. Son terminologías muy discutidas y que no me gustan, pero no son del todo malas para entender los cambios en Japón entre el XVI y el XIX: una paulatina centralización del poder.
  2. Título otorgado por el emperador para reconocer a grandes generales. Acabó siendo ostentado por la máxima autoridad militar de Japón, siendo una especie de gobernador/dictador militar.
  3. Lejos de ser un delirio de grandeza, la invasión era una forma de mantener la paz interna mediante la obtención de tierras y riquezas en ultramar para unos señores de la guerra acostumbrados a guerrear entre ellos para medrar.
  4. Es habitual referirse a Corea en este periodo como Joseon o Choson (mismo nombre pero distinta romanización, la segunda es la más similar a la pronunciación en coreano), el nombre de la dinastía que gobernó la península entre 1392 y 1897.
  5. Lo que comúnmente llamamos harakiri. Tienen el mismo significado, pero Seppuku es una expresión más formal, ya que se refiere al suicidio ritual, mientras que el harakiri sería sin ritual.

Publicado por

Graduado en Historia en Sevilla. Entré en esto para saber más de Grecia y Roma y acabé liándome con un tema de moriscos y rebeliones.

Síguelo en Twitter

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.