A Hispania a por esposas

«A Hispania a por esposas» es la historia de la conquista cartaginesa de la Península Ibérica, gracias, en parte, a los tratos diplomáticos cerrados con matrimonios.

Entre guerras

Tras la primera guerra púnica (264 a.C. a 241 a.C.), Cartago quedó por completo rota: en la Paz de Lutacio Roma les obligó a renunciar a Sicilia y a pagar 3.200 talentos de plata, o lo que es lo mismo, 10,5 toneladas del codiciado metal. Las deudas y la pérdida territorial dejaron a Cartago sin poder pagar a las tropas, que en buen número eran mercenarios y se sublevaron.

El futuro imperio que será capaz de cruzar el Rubicón con sus tropas, estaba tiritando. Y aunque suene paradójico, se recuperó gracias a su peor enemigo, Roma. Los púnicos tenían a Córcega y Cerdeña levantadas, y con el debilitamiento, los pueblos del norte de África decidieron no pagar los tributos acordados. Para colmo se llevaron a los mercenarios de Sicilia corriendo y a trompicones hacia Cartago, donde hubo problemas con la paga y formaron una revuelta que casi acaba con los púnicos. La república de Roma ordenó a sus propios aliados abastecer a Cartago para que se recuperara, y además entró en juego Amílcar Barca, quien derrotó a los mercenarios tras mucho sudar y volvió a someter a los libios, ganándose así el respeto definitivo de los cartagineses.

Pero tan pronto como Roma te tendía la mano, te arrancaba el brazo desde el hombro. Poco antes de que Amílcar recuperara el control de la situación, Cerdeña, descontenta con Cartago -aunque aún bajo el supuesto control cartaginés-, se había ofrecido a ser controlada por Roma, pero la República se había negado, probablemente para no despojar a Cartago de todos los recursos de que disponían para pagarles esos 3.200 talentos que los romanos tanto ansiaban –la financiación de la I Guerra Púnica acabó saliendo de bolsillos privados que esperaban ver su préstamo devuelto–. Pero ahora Cerdeña insistió en el arbitrio de la República, y Roma accedió, y además aprovechó para desembarcar tropas en Córcega. Esta situación provocó la furia de Amílcar, que armó una flota para recuperarlas, aunque se arrepintió a medio camino. Demasiado tarde, Roma no dejó pasar el gesto e impuso una nueva multa, esta vez de 1.200 talentos de plata.

Cartago pataleaba de rabia, pero Amílcar sabía que no era el momento adecuado para devolver el golpe y pensó en un plan, más que para vengarse –como se suele decir–, para recuperar la gloria y riqueza perdidas, fijando su mirada en las ricas tierras de Hispania.

Plata, mercenarios y mujeres

Beturia

Amílcar llegó a Cádiz y se tomó unos langostinos en Sanlúcar

En el año 237 a.C., Amílcar Barca desembarcó en Gadir. Había conseguido que los cartagineses apoyaran a su familia, y no a los agrarios liderados por Hannón, facción que pretendía reforzar el control sobre África y olvidarse de conquistas más allá de sus propios mares. Pero por ahora triunfaban los Barca, y Amílcar quería pagar a Roma con suficiencia -los relatos sobre las riquezas mineras de Hispania eran famosos-, y por otro, no perder la presencia en el Mediterráneo, dando la espalda a siglos de tradición y de dominio.

Merece la pena pararse un segundo en la cuestión de un si hubo o no un control anterior sobre el sur peninsular, y es que aunque en muchos manuales se tenga por obvio que el primer imperio cartaginés ya conocía de sobra la Beturia, las fuentes arqueológicas no dicen nada al respecto, y las literarias vienen a indicarnos que los cartagineses no conocían el terreno más que de oídas y que en todo caso, lo que sí hubo fue contacto comercial y una primera expedición, probablemente de reconocimiento.

Amílcar va a entrar sin excesiva dificultad en los pueblos de la costa, bastante afines a la cultura púnica debido a siglos de experiencia orientalizante bajo la influencia fenicia. Y va a tener que repartir cera entre los pueblos del interior, menos orientalizados y más habituados a la vida militar. Se va a centrar en controlar los recursos mineros, y para ello, fundará Akra Leuké, no sabemos bien si en Cástulo -Jaén-, que contaba con la mina más rica de la zona, también se estipula que pudiera tratarse de una fortaleza –el propio nombre nos indica que se trataba de una «fortaleza blanca»– exenta de Carmona, con una situación geográfica inigualable para la defensa, o la hipótesis más tradicional pero no por ello más probada es que se encontraba en la albufereta de Alicante, donde hay restos de una fortaleza.

Dishekel hispano-cartaginés

Aquí el puto amo, aquí un elefante

La plata empezó a circular –se estipula que se extraían al día 100 Kg de plata al día de la mina de Baebelo en Cástulo– y Gadir a acuñar monedas de plata, cuanto menos llamativo debido a que hasta entonces normalmente había acuñado en cobre. La vida era buena y Roma recibía los tributos de guerra, no sin vigilar los progresos de Cartago en Hispania, que si bien no interesaba del todo a la República, tampoco querían que los púnicos recuperaran todo el potencial, e hicieron una visita a Amílcar, que se excusó en estar reuniendo la plata suficiente para pagarles, con lo que los romanos, por ahora, quedaron contentos.

Tras la muerte de Amílcar, su yerno Asdrúbal, fue nombrado por los ejércitos comandante en jefe, y ratificado por la Senado y el Pueblo de Cartago. El yernísimo va a ser un político y un militar audaz, usando fuerza y diplomacia a partes iguales para ganarse a los peninsulares, que lo nombrarán Jefe Supremo de los Íberos luego de contraer nupcias con una princesa indígena.

Esta política de casamiento era una inteligente y práctica estrategia por parte de los cartagineses, que aceptaban la tradición autóctona de cerrar tratos diplomáticos con casamientos, jurados religiosamente, que te prometían el servicio de grupos de guerreros, o mediante otros tratos más recíprocos que hacían a la parte débil menos consciente de su inferioridad en el pacto, y por tanto, más feliz y más dispuesta a aceptar sus obligaciones. Estas políticas que comenzó Asdrúbal en Hispania llevaron a conformar una liga ibérica representada en una Asamblea en Qart Hadasht -Cartagena-, ciudad que Asdrúbal fundó y que erigió como gran capital en Hispania.

Para Alberto Pérez Rubio hay actitudes en estos Barca que recuerda a los diádocos, unos basileus apoyados por sus ejércitos y legitimados por sus victorias militares, todo esto aumenta con las políticas matrimoniales de Asdrúbal y Aníbal, contrayendo nupcias con princesas nativas, algo que recuerda a Alejandro Magno con Roxana. Aparecen además, los Barca, con sus perfiles en las monedas acuñadas: Amílcar bajo la égida de Melkart, Asdrúbal con diadema y Aníbal laureado, sirviendo de propaganda política.

Ya corría el año 226 a.C., y Asdrúbal se hizo con un buen poderío económico y militar, y Roma volvió a asomarse a ver qué tal iba a los cartaginenses, porque Massalia -Marsella- se quejaba del poder comercial que le robaba Qart Hadasht y, principalmente, porque había una invasión gala en ciernes y querían tantear si Asdrúbal iba a desviar plata a los acérrimos enemigos de la República. Dicha visita se tradujo en el tratado del Ebro, por el cuál Cartago se comprometía a no sobrepasar dicho río hacia el norte en sus conquistas, y Roma se comprometía a lo mismo pero en dirección sur.

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Himilce, en la Plaza del Pópulo de Baeza

Asdrúbal murió 5 años más tarde en extrañas circunstancias, y Aníbal, hijo de Amílcar, fue nombrado Comandante en Jefe por las tropas, y ratificado por el Senado y el Pueblo de Cartago. Pronto se expandió hacia la Sierra del Guadarrama, controlando: las rutas de norte a sur para acceder al potencial agrícola del Valle del Duero y además controlar una región rica en mercenarios. En otras palabras, expandirse para preparar la guerra contra Roma. La revancha contra la urbs que su padre Amílcar no sabemos si había planeado años atrás, era bajo Aníbal un hecho en ciernes. Además, se casó con una princesa indígena, Himilce, hija del rey Mucro de Cástulo. De la que se cuenta, tenía una belleza inigualable.

Tras la consolidación cartaginesa en la Península, se va a armar la de San Quintín, ¿Por qué? Porque en Sagunto, ciudad costera, parece ser que había una mitad indígena, apostada más hacia el interior, y otra mitad griega-masaliota -de Massalia- que vivía en una zona más costera de la ciudad. Los primeros comerciaban y trataban con los cartagineses, y los segundos con los griegos y los romanos. La sangre estaba servida. Además algunas fuentes también hablan de un conflicto con una ciudad cercana protegida de Cartago.

Sea como fuere, bien por un conflicto interno en el que una de las dos partes pidió el arbitrio de Roma o de Cartago, o bien por la intervención que agravió a Cartago, Aníbal atacó, bajo el aviso de Roma de no hacerlo.

Comenzaba así la Segunda Guerra Púnica, que es como cuando hay final de la Champions y el marido se tiene que ir a Londres. Aníbal dejó a su señora en Gadir con su hijo –según cuenta Silio Itálico en Púnica–, temeroso de una invasión anfibia de parte de Roma sobre las costas del levante, donde hasta ahora habían residido, e hizo las maletas y se fue a perder elefantes a los Alpes, pasatiempo más que lícito para un gobernante. Luego ya saben, pasó por Roma a saludar, pero eso lo contamos otro día.

Bibliografía usada y recomendada:

 

—Bibliografía de Pedro Barceló

—FIELDS, Nic: The Roman Army of the Punic Wars 264-146 BC, Oxford, Osprey Publishing, 2007.

—SÁNCHEZ-MORENO, Eduardo (coord.): Historia de España. Protohistoria y Antigüedad de la Península Ibérica vol. I. Las fuentes y la Iberia colonial, Madrid, Sílex, 2007

—GONZÁLEZ WAGNER, Carlos: «Los bárquidas y la conquista de la Península Ibérica«, en Gerión, 1999, Nº 17, pp. 263-294.

—PÉREZ RUBIO, Alberto: “Iberia, ¿el frente decisivo?”, en Desperta Ferro, serie Antigua y Medieval, Nº 17, 2012.

Publicado por

Graduado en Historia en Sevilla. Entré en esto para saber más de Grecia y Roma y acabé liándome con un tema de moriscos y rebeliones.

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