La Monarquía Hispánica y los rebeldes flamencos

En la segunda mitad del siglo XVI, las 17 provincias flamencas de la Monarquía Hispánica entraron en un proceso de secesión que no entenderemos bien sin conocer la realidad de estas tierras

Desde la segunda mitad del siglo XVI, la monarquía más poderosa de la cristiandad empezó a sumar problemas en sus diversos y vastos dominios: el colosal avance turco por el Mediterráneo y la extensión del miedo al quintacolumnismo morisco, la expansión del protestantismo por rincones de Europa limítrofes con territorios de la Monarquía y el descontento de algunos súbditos ante los elevados impuestos de un monarca que, tras las abdicaciones de Carlos V, se empezó a ver lejano y extranjero.

Abdicacion Carlos V - Frans Francken II
Alegoría de las Abdicación de Carlos V en Bruselas (Frans Francken el Joven, 1620)

Hubo un pequeño rincón dentro de la gran monarquía que empezó a desligarse de la política española. La subida al trono de Felipe II acercó la Monarquía Hispánica a Castilla y la alejó de la periferia. Llegaron las bancarrotas –heredadas–, las dificultades económicas que sufrieron los súbditos y un crisol de enemigos y problemas que se multiplicaban. Las 17 provincias flamencas no tardarían en ser uno de los más graves, porque fue uno de los primeros lugares en sufrir los problemas de esta monarquía.

17 provincias, ¿unidas?

Una de las mayores preguntas que surgen cuando se estudia Flandes es la unión de los territorios que allí coexistían: ¿realmente estaban unidos?, ¿se consideraban al menos cercanos y amistosos?, ¿hablaban la misma lengua o habían estado bajo una misma estructura política?, ¿la rebelión fue única y generalizada?

Responder a estas preguntas a veces desmonta mitos. En España –y en otros tantos sitios– siempre tendemos a llamar Flandes a las 17 provincias por comodidad, pero la comodidad puede confundirnos. Cada provincia era diferente e independiente del resto y en ellas se sucedieron varias rebeliones separadas por el tiempo, protagonizadas por distintos grupos sociales con intereses dispares. Estas rebeliones a veces coincidieron, chocando, coexistiendo o uniéndose. Y si conocemos un poco más de Flandes, los Países Bajos o como mejor se les caracteriza por aquel entonces, las 17 provincias, entenderemos mejor por qué las cosas sucedieron del modo en que lo hicieron.

Cuando miramos a estas provincias en el siglo XVI vemos un panorama donde prima el particularismo sobre el Estado. Cada ciudad y provincia tenía unas costumbres y leyes anteriores a ningún ente político superior, la lealtad estaba para con la ciudad más que para con el Rey, así como cualquier otro tipo de jefe. De hecho, las diferencias eran tales que existían 700 códigos legales y cinco áreas lingüísticas para 17 provincias. Por no mencionar las rencillas existentes entre provincias y ciudades, lo que se ve claramente en leyes que vetaban derechos a los naturales de provincias rivales o los altísimos aranceles que a veces se ponían entre ciudades.

Hasta 1548 –año en que Carlos V consiguió desgajar estas provincias para el patrimonio castellano– no hubo una unión política que englobara a todas las provincias y la oposición a la intrusión extranjera venía de antiguo. Luis de Requesens pudo comprobar esta resistencia durante su corto mandato (1573-1576), cuando encontró 35 revueltas frente a príncipes territoriales leyendo la historia de las tierras que había ido a gobernar. El descontento ante la política de la Monarquía Hispánica supuso una pequeña unión, aunque no incondicional, de las provincias frente a ciertas políticas de Felipe II: guarniciones españolas, el poder religioso del cardenal Granvela y la persecución de los protestantes entre otras.

Diferentes gentes, reclamaciones y rebeliones

Las primeras reclamaciones estuvieron muy influenciadas por la pérdida de libertades propias. A ojos de los flamencos, unas terribles zarpas llegaban a los provincias desde Castilla, cuyo cerebro era Felipe II y su cara Granvela y los cargos enviados. El calvinismo también influyó, cuyos seguidores perseguidos se habían propuesto llevar la verdadera religión hasta el último rincón de sus hogares. Sin embargo ninguna de las dos vertientes consiguió el apoyo popular que necesitaban para extenderse debidamente, porque sí, a pesar de consistir en 17 provincias diferentes y a veces con enemistades, la posibilidad de contagio era real.

Pero, ¿por qué apareció el descontento? Hubo varios condicionantes. La política de Carlos V no fue barata; sus constantes guerras y viajes dejaron las arcas exangües y el dinero debía salir de algún lado: en menos de 100 años los súbditos flamencos habían pasado, en algunos casos, de pagar anualmente 9 florines a 116 –estos datos representan el total de lo recaudado en un pueblo de Hainaut. En «España y la rebelión de Flandes», PARKER, G–.

El gran aumento de impuestos trajo consigo, además del lógico descontento, los problemas económicos a unas provincias tradicionalmente ricas y con capacidad de autogobierno. En 1565 acontecieron dos sucesos que agravaron repentinamente la situación de las provincias y llevaron el descontento contra Felipe II hasta cotas nunca vistas. Al modo de ver la situación de los súbditos flamencos, Castilla había comenzado una guerra comercial con Inglaterra que les perjudicaba a ellos directamente, pues el comercio textil se desplomó a causa de esto, y al mismo tiempo una guerra en el Báltico dejó al Mar del Norte sin grano. La inflación y el desempleo se convirtieron en lo habitual para una gente acostumbrada al buen fluir de las relaciones comerciales. Comenzaron a ver su riqueza mermada por un Rey enemistado con buena parte de Europa.

¿Y el protestantismo cómo cuadra en todo esto? Había existido desde antes, pero los primeros años de los nuevos credos eran difusos incluso para los católicos y para los propios protestantes. Muchas veces no se sabía diferenciar qué era herejía de lo que no, y calvinismo, luteranismo o anabaptismo eran términos que pocos sabían diferenciar. Desde mediados del XVI, las nuevas creencias estaban más definidas, la gente menos confusa y era más fácil saber si una de estas vertientes decía algo interesante. Por encima de todas las cosas, el calvinismo, que fue el que triunfó en las provincias, otorgaba la libertad de trabajar con el capital. La usura y, en general, el beneficio por actividades comerciales estaban más que bien vistos. Y los flamencos vivían precisamente de esto.

Mucho moñeco veo yo por aquí - Dirck van Delen
Iconoclastia en una Iglesia (Dirck van Delen, 1630)

Mientras en las provincias se extendían estas ideas frente a la intrusión extranjera en materias consideradas propias, Felipe II estaba demasiado ocupado, por no decir atado de manos, ante el avance turco y la extensión del miedo al morisco en suelo castellano y aragonés. Por si fuera poco, en Francia las guerras de religión desangraban el país vecino y los hugonotes se convirtieron en otro peligro, especialmente para Aragón y las 17 provincias. Las reclamaciones de los súbditos septentrionales eran, en no pocos casos, justas y comprensibles, pero los motivos de Felipe II para no atenderlas tampoco eran despreciables.

Mientras sigamos tratando de buscar a un único culpable, un enemigo cómodo al que culpar, estaremos fallando al analizar una realidad compleja pero relativamente fácil de comprender, natural. Ni Felipe II fue un opresor malvado que se divertía arruinando a sus súbditos –de sobra son conocidas las lindezas que la Leyenda Negra cuenta de él–, ni el protestantismo fue un movimiento de traidores y herejes sin perdón alguno. Del mismo modo era lógico por parte de la Monarquía Hispánica perseguir a los protestantes, ya que las disidencias religiosas se empezaban a ver como disidencias políticas, y la situación en las provincias flamencas empezaba a complicarse.

El aumento de la persecución del protestantismo en un clima de empobrecimiento a causa de los asuntos de un gobierno lejano prendió una mecha que llevaba tiempo avisando, y la furia iconoclasta se desató tan pronto como fue repelida. Pero los problemas continuaron existiendo y se fueron agravando, dando paso a distintas reclamaciones y revueltas que acabaron en una guerra que duró 80 años –con sus pausas–, y acabó confeccionando las actuales fronteras de Bélgica y Holanda. Pero de cada rebelión se hablará con detenimiento a su debido tiempo.


Bibliografía

-ELLIOT, John H.: La España Imperial, Vicens Vives.

-PARKER, Geoffrey: España y la rebelión de Flandes, Nerea, Madrid, 1989.

-PARKER, Geoffrey: Felipe II, Booket.

Publicado por

Graduado en Historia en Sevilla. Entré en esto para saber más de Grecia y Roma y acabé liándome con un tema de moriscos y rebeliones.

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3 respuestas a “La Monarquía Hispánica y los rebeldes flamencos”

  1. Ecco Soa dice:

    Bien amenos y sumamente instructivos son sus artículos sobre la Historia para mi,quien tengo lagunas immensas en el conocimiento de la misma.Muchas gracias.

  2. monica lugo gonzalez dice:

    que dificultad tuvo Felipe 2 en el territorio de las provincias de flandes

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