La Revolución Rusa en febrero de 1917

La Revolución de febrero fue el primer de los terremotos que sacudieron Rusia a partir de 1917. Una primera ruptura del sistema que supuso el derrocamiento de la autocracia del zar Nicolás II.

La participación rusa en la Gran Guerra fue acogida con gran entusiasmo por parte de Gran Bretaña y Francia. Todo lo contrario ocurrió con aquellos que veían la contienda más como una distracción que un conflicto necesario. Entre ellos estaba el propio Trostki quien, decepcionado, observó como durante los primeros vaivenes militares se impuso el espíritu nacionalista ruso sobre el internacionalismo obrero. Una cuestión destacada debido a que ocurrió algo similar con la Segunda Guerra Mundial, cuando Stalin decidió echar mano de la épica tradición rusa en la que tildó como «guerra patriótica«. De todos modos, el desarrollo de la Gran Guerra marcó el principio del fin del imperio de Nicolás II.

El 23 de febrero de 1917 se echaron a las calles de San Petersburgo miles de mujeres al grito de «paz y pan» ante el desabastecimiento general de la ciudad. El conflicto no sólo se cobraba víctimas en el frente europeo, sino que empezó a repercutir a aquellos que resguardaban la faldas de Rusia. Al igual que Alfonso XIII ligó su futuro al resultado de la dictadura de Primo de Rivera, Nicolás II estaba en el punto de mira de todos aquellos rusos opuestos a la Gran Guerra. La autocracia del Zar se mostró incapaz de dar respuesta a las exigencias populares de las masas, unas que estaban ya cansadas del tira y afloja respecto a sus libertades y derechos.

Estatua derribada de Nicolás II | Fuente

La primera expresión de su incapacidad fue la negativa de los agentes del orden a reprimir a los huelguistas. Estos pronto sumaron civiles y militares a su causa para conformar el primer soviet de la Revolución de febrero. El mismo día, se estableció un gobierno provisional  que restauró la Duma y que no contó con el reconocimiento del Zar. Este ejecutivo contó con la iniciativa de los kadetes de Kerensky y los mencheviques, no así los bolcheviques de Lenin que se negaron a entregar el poder a la burguesía. La Revolución era para ellos el momento de dar el salto definitivo hacia la fase final del progreso, ceder esa oportunidad significaría la victoria del capitalismo.

La situación se hizo insostenible desde el momento en que Nicolás II no tenía garantizada la fidelidad del ejército nacional. Para los últimos días del Zar, contamos con las experiencias personales que recoje Michael Ignatieff en su El álbum ruso. En esta obra personal sobre su familia, dedica un capítulo a su abuelo Paul, un monárquico constitucional que estuvo en el gabinete personal de Nicolás. El día de antes de la revolución de febrero, Ignatieff nos recupera la siguiente conversación entre el Zar y su abuelo: «me dijiste la verdad, tal y como la veías», dijo Nicolás mientras agarraba por los brazos a Paul. Continuó diciéndole «vete junto a tu madre, tómate un descanso, recupera salud y regresa para continuar tu trabajo». Paul, con lágrimas en los ojos, contestó «Majestad, algo me dice que nunca más volveré a esta habitación. Que Dios lo proteja».

A diferencia de 1825, esta vez los rebeldes sí mostraron organización para aprovechar la debilidad del poder zarista. De esta forma, Rusia se encontraba en una dualidad poco favorable para la estabilidad del Estado: por un lado, el gobierno provisional de Kerensky instalado en Moscú. Por el otro, el soviet de San Petersburgo liderado, en principio, por los mencheviques. Una situación complicada porque mientras el primero convocaba una Asamblea Constituyente y decidía seguir con la guerra, los partidarios de Trotsky hostigaban cualquier aspiración reformista del gobierno. Además, estos desconfiaban por completo de la actitud conciliadora y aspiración de contrapeso de los mencheviques con la legalidad de entonces.

Tropas traídas del frente por Kerensky para controlar las sublevaciones | Fuente

En abril, con el Zar que ya ha abdicado, los alemanes deciden enviar a Lenin en un tren sellado hacia Rusia para incitar a la Revolución y que esta sacara al gigante oriental de la Gran Guerra. Fue recibido por los mencheviques en San Petersburgo, aunque la actitud del Príncipe Rojo no era tan conciliadora ante la exclusiva oportunidad de derribar el sistema en Rusia. Christopher Hill recupera en su obra una de las primeras declaraciones que Lenin realizó al llegar: «este es el amanecer de la Revolución Socialista a escala mundial… la Revolución rusa ha preparado el camino y ha dado comienzo a una nueva era». Una indirecta muy directa para la facción de los mencheviques.

Algunos historiadores han puesto en cuestión la interpretación que Lenin hizo de las tesis de Marx y Engels. Por un lado, su precipitación con la revolución no se comprende dentro de la lógica del materialismo histórico. Rusia, si seguimos la doctrina del joven Marx, no estaba preparada aún para dar el salto hacia la dictadura del proletariado. En 1917 todavía era un país netamente agrario que le quedaba pasar por la fase burguesa del progreso histórico. El proletariado era una minoría en la sociedad rusa y el campesinado todavía se encontraba dividido entre revolucionarios y reaccionarios. Sin embargo, esto no pareció importar al joven Vladimir Ilich. Por ello, fueron los intelectuales bolcheviques los que comenzaron a organizar un golpe de estado cuyos objetivos inmediatos eran hacerse con el control de los puntos estratégicos de cada gran capital. Esta cuestión nos llevará en el siguiente artículo a comentar la polémica historiográfica sobre quiénes fueron realmente los protagonistas de la revolución, pero, por ahora, continuemos con los sucesos de 1917.

Lenin arengando a las masas con la gozadera | Fuente

Con las Tesis de Abril, los bolcheviques reniegan públicamente del gobierno provisional. Su postura reformista y liberal era el impedimento para al armisticio, la expropiación de propiedades rurales y medios de producción. Sin duda, en este tira y afloja, las propuestas de los bolcheviques se sobrepusieron a la moderación de mencheviques y kadetes. El gobierno respondió con la incorporación de socialistas en su gabinet, con la idea de calmar las aspiraciones revolucionarias de las masas, aunque se encontraron con el descontento de sus propios sectores burgueses que no vieron con buenos ojos esa decisión. La guerra continuaba y Kerensky no dudó, ante los episodios de desabastecimiento, en promover una campaña que desprestigiara la imágen de Lenin propagando que éste estaba financiado por los alemanes. Tuvo su repercusión en actos bandálicos contra el periódico bolchevique Pravda y ataques en masas a miembros de los bolcheviques. Incluso Lenin se vio obligado  a huir a Finlandia, mientras Trotsky fue detenido.

La guerra se lucha, además de con las armas, con la propaganda, y Kerensky había ganado en esa pequeña batalla. Quedaba entonces asentar de una vez el gobierno e iniciar la transición hacia una república parlamentaria. Para ello, convocó a todos los que pertenecieron a las últimas Dumas, profesores de universidad, presidentes de zemtvos y oficiales dispuestos a cumplir con la legalidad. Pero, al mismo tiempo, las masas seguían apropiándose de propiedades rurales y tomando el control de fábricas mediante las recién creadas Guardias Rojas bolcheviques. Esta situación de inestabilidad no gustaba nada a los sectores más conservadores que integraban el gobierno provisional. Para ganarse su confianza, Kerensky decide nombrar Jefe del Estado Mayor al general Kornilov, uno que lanzó fallidamente un ultimátum al gobierno al proclamar la ley marcial en San Petersburgo. Todo el sector revolucionario aunó fuerzas para evitar la instauración de un directorio personal.

En resumen, a comienzos de octubre el gobierno de Kerensky logró salir reforzado con los líderes bolcheviques apartados y con los reaccionarios descabezados. Sin embargo, las tornas pronto iban a cambiar debido a la decisión de mantenerse fiel a la Entente. El precio de la Gran Guerra era inasumible para una Rusia en máxima precariedad.

Bibliografía

BOLINAGA, Íñigo: Breve historia de la Revolución Rusa. Madrid: Nowtilus, 2009.

FIGES, Orlando: La Revolución Rusa. 1891-1924. La tragedia de un pueblo. Barcelona: Edhase, 2000.

HILL, Christopher: La Revolución Rusa. Barcelona: Ariel, 1983.

IGNATIEFF, Michael: El álbum ruso. Barcelona: Siglo XXI editores, 2008.

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Eterno aprendiz de historiador. Interesado en el concepto de libertad y los totalitarismos en el siglo XX.

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