Antes de inmiscuirnos en la cuestión de la Memoria Histórica, creo imprescindible destacar esta reflexión de Timothy Sneyder en Tierras de Sangre en donde habla sobre el trabajo de recuperación de la memoria de aquellos millones de europeos que murieron entre Hitler y Stalin. Que nos sirva de ejemplo este magnífico párrafo:
«Todos tenían un nombre. El muchacho que imaginaba que veía trigo en los campos era Jósef Sobolewski. Murió de hambre, lo mismo que su madre y cinco de sus hermanos y hermanas, en la Ucrania famélica de 1933 […] Cada uno de los muertos se convirtió en un número. Entre ambos, los regímenes nazi y estalinista asesinaron a más de catorce millones de personas en las Tierras de Sangre […] Nuestra cultura contemporánea de la conmemoración da por sentado que la memoria evita el asesinato. Si murió tanta gente, resulta tentador pensar que debieron morir por algo de un valor trascendente que puede revelarse, desarrollarse y preservarse a través de la conmemoración política adecuada. Los millones de víctimas tuvieron que morir para que la Unión Soviética pudiera ganar una gran guerra patriótica, o Estados Unidos una guerra justa. Europa tenía que aprender su lección de pacifismo […] Pero todas esas racionalizaciones posteriores, aunque contienen importantes verdades sobre las políticas y las psicologías de las naciones, tienen poco que ver con la memoria como tal. Los muertos son recordados, pero los muertos no recuerdan. Otro tenía el poder y otro decidió cómo debían morir. Y más tarde, otro también decide el porqué […] Las culturas de la memoria se organizan en números redondos, a intervalos de diez. Así, dentro del Holocausto, quizá sea más fácil pensar en las 780.863 personas diferentes de Treblinka: las tres del último dígito pueden ser Tamara e Itta Willemberg y Ruth Dorfmann […] Los regímenes nazi y soviético convirtieron a personas en números, algunos de los cuales podemos conocer aproximadamente, mientras que otros se pueden establecer con bastante precisión. A nosotros, como humanistas, nos toca transformar de nuevo esos números en personas. Si no podemos hacerlo, Hitler y Stalin habrán configurado no sólo nuestro mundo, sino también nuestra humanidad»
“Nos toca transformar de nuevo esos números en personas” es sin duda la frase que debemos recordar cuando trabajamos con un asunto tan delicado como el de la fosas comunes de la Guerra Civil. Se ha tratado de uno de los temas más espinosos de nuestra joven democracia, debido a la vinculación emocional de muchos españoles con aquellos que siguen enterrados y por la condición política de nuestra perfectible Transición. Para el caso que vamos a tratar, Andalucía, fue clave la aprobación de la Ley de Recuperación de la Memoria Histórica que en parte supuso el reconocimiento institucional y social de las personas desaparecidas durante el conflicto civil y la Posguerra. El gobierno autonómico andaluz comenzó un arduo trabajo que consistió en la elaboración de un mapa de fosas en Andalucía, un punto de partida básico y primordial para que los historiadores y arqueólogos comenzaran a trabajar e investigar[1]. Recordemos que ya habían existido anteriormente grupos de voluntarios que se ofrecieron y comenzaron a realizar estos trabajos. Pero las buenas intenciones no podrían equilibrar la falta de profesionalización en los métodos de investigación, de ahí que consideremos clave el papel activo del poder público. Este trabajo de campo se queda cojo si no contamos con los fondos archivísticos los cuales nos ayudarán a completar el retrato de lo que fue realmente la represión en ambos bandos. Entre estos podríamos destacar al Archivo del Tribunal Militar Territorial nº 2 (Sevilla), el Juzgado Togado Militar Territorial nº23 (Almería y Granada) y nº 24 (Málaga), además de todos los registros que se han conservado hasta nuestros días de prisiones, campos de concentración, cementerios y hospitales.
El resultado de todo esto a lo largo de los años es una aproximación real al número de fallecidos a causa de las represiones del bando franquista y republicano. Aunque antes de mencionar ninguna, hay que reconocer que aún queda mucho por estudiar y averiguar, que los frutos de cada investigación deben estar constantemente sometidos a la crítica y revisión para lograr la reconstrucción histórica lo más fidedigna posible. Para empezar debemos alejarnos de aquellos planteamientos que simplifican el conflicto en un simple “todos mataron”, porque analizando detenidamente los datos en Andalucía nos encontramos con que cuantitativamente la diferencia fue notoria. Por un lado, los últimos estudios estiman unos 57.413 fusilados a manos de los rebeldes y 8.715 de los republicanos. Los casos sevillano, 13.520/479, y granadino, 12.504/1024, son los más notorios en la comunidad. El único caso donde los republicanos fusilaron más que los franquistas fue en Almería por el hecho de que la provincia se mantuvo casi toda la guerra fiel al gobierno legítimo. Pero no seríamos fieles a la realidad si nos quedáramos simplemente con estas cifras, ya que la gran novedad de las últimas investigaciones ha sido el ampliar el horizonte de la represión hacia otros campos como los centros de reclusión, torturas, vejaciones públicas (sobre todo con las mujeres) y, donde es más difícil el estudio, en aquellos lugares improvisados durante 1936 que sirvieron a las tropas rebeldes actuar bajo una más que cuestionable legalidad judicial y dejando un registro casi inexistente. Pues recuperando el caso de sevillano de los 13.520, sabemos que de esa cifra 633 murieron en la cárcel y 33 lo hicieron tras ser puestos en libertad.
Las cifras nos son útiles para desmentir a aquellos que intentan mitigar lo que realmente sucedió detrás de la línea de combate porque, recordemos, nos estamos hablando de lo que sucedía entre los soldados profesionales y milicias sino aquella violencia que se puso en práctica en la retaguardia para aniquilar al enemigo, no derrotar, hacerle desaparecer. Es por ello por lo que debemos complementar a las cifras un análisis de los protagonistas de estas acciones. En esta ocasión vamos a prestar más atención al bando sublevado debido a que personalmente conozco mejor el caso, pero no por ello deseo ignorar cómo en la retaguardia republicana también se estaba actuando de una manera violente y poco legal. Además, dejaré en la bibliografía una obra bastante completa para quien quiera informarse.
Para empezar, los grandes protagonistas de la represión en el bando rebelde fueron aquellos militares que se sumaron al golpe de estado. ¿Por qué decimos esto? Sin duda el ejército era el cuerpo con más poder del país y es por ello por lo que esta sección sublevada mantuvo la voz cantante. En Andalucía, Sevilla no tardó más de tres días en caer, el 28 de septiembre la provincia Cádiz estaba ya controlada y poco después lo estaría también la de Huelva. A pesar de ello, el general Gonzalo Queipo de Llano incluyó a la provincia onubense y sevillana en la denominada “zona de guerra” debido a los constantes conatos de rebelión que se estaban produciendo sobre todo por las zonas serranas. La finalidad de esto último radica en que se intentaba justificar la terrible represión física que se estaba aplicando en la Andalucía Occidental. Cuando antes hemos mencionado el cuestionable marco legal de esta violencia de guerra, lo hemos hecho porque el 28 de julio 1936 se crearon los conocidos como “Bandos de Guerra”. Estos no eran más que un adorno judicial para darle un toque legal o moral a la masacre que se estaba realizando. Es por ello por lo que es muy común ver en los expedientes del primer año del golpe que a los ajusticiados “se les aplicó el bando de guerra”, pero en el fondo no es más que el reflejo de cómo miles de personas fueron asesinadas a través de métodos no comprendidos ni en las leyes de la guerra. Fueron muy comunes las columnas de militares y milicianos que avanzaron desde Sevilla hasta los demás puntos de Andalucía, siendo las tropas marroquíes las fuerzas de choque. Junto al ejército, no podemos tampoco ignorar la colaboración de Falange Española.
En las elecciones de febrero de 1936, el partido joseantoniano se quedó sin representación parlamentaria al conseguir poco más de 44.000 votos en todo el ámbito nacional. A lo largo de la etapa del Frente Popular el partido fue ilegalizado, la mayoría de sus líderes encarcelados y muchos de sus afiliados se adentraron en una espiral de violencia callejera con la militancia de los partidos más izquierdistas. Aún con todo esto, F.E. fue viendo como cada vez contaba con más apoyos, su estilo de acción violenta contra anarquistas y comunistas atrajo a mucha gente que veía a su partido demasiado pasivo ante lo que estaba sucediendo. Pero no cabe duda que el estallido de la guerra fue el gran boom en cuanto a militancia del partido fascista, pasando a ser un auténtico partido de masas logrando a lo largo de 1936 más de 600.000 afiliados. Una militancia que, aunque falta de doctrina fascista, si se sintió altamente atraída por el estilo que Falange proclamaba, uno predominantemente violento al igual que había ido ocurriendo en Alemania e Italia. Según Rafael Casas de la Vega, la organización falangista puso a disposición del ejército a más de 200.000 voluntarios que se integraron en las milicias. Este voluntarismo junto al estilo violento de la militancia fue aprovechado como herramienta por el ejército para usar a las escuadras falangistas en la represión. De hecho, el protagonismo falangista comenzó desde mismo 18 de julio. Durante toda la segunda mitad de ese 1936, los falangistas actuaron bajo ese más que cuestionable amparo legal siendo republicanos, izquierdistas, sindicalistas o simples denunciados por envidias u odios los primeros en ser ejecutados mediantes las célebres sacas y paseos.
Desde el momento en que el general Franco decide desviarse en su curso a Madrid hacia Toledo para salvar a los sublevados que resistían en el Alcázar, se supo que la guerra iba a ser más larga de lo esperado y querido, esto último sobre todo desde Alemania. Fue por ello por lo que la represión será un proceso lento caracterizado por una brutalidad nunca vista, en donde había que aniquilar por completo al enemigo. Los testimonios sobre la participación falangista son bien claros respecto a la violencia desenfrenada. El propio Manuel Hedilla, cabeza visible del partido, tuvo que mandar circulares que buscaban regular esa exagerada espontaneidad:
«Conducta en la retaguardia. Conviene que todas las jefaturas provinciales y territoriales controlen debidamente la ejecución de actos represivos contra los enemigos del Movimiento Nacional, atendiéndose a las instrucciones de las autoridades militares, y evitando que se cometan desafueros por la presencia de sentimientos de tipo personal, muchas veces inconfesables».
Sabiendo lo dicho, nos podemos llegar a imaginar qué efectividad tendrían este tipo de palabras en las milicias. Algunos falangistas eran conscientes que con ese fanatismo no iban a lograr ese ideal fascista de integrar a todos bajo el paraguas de la Comunidad Nacional. Muchos recordaban que en Alemania e Italia los más fanáticos comunistas se convirtieron en su momento en excelentes fascistas.
De todos modos, debemos destacar esa «presencia de sentimientos de tipo personal», un factor de gran importancia que muchos autores, entre ellos Francisco Cobo Romero o Paul Preston, han destacado como origen de esa violencia desenfrenada. Esta hipótesis parte de la idea de que ya desde el Trienio bolchevique, y durante la Dictadura de Primo de Rivera y la República, los conflictos en un ámbito tan importante en España como el rural entre sindicatos y propietarios pudieron ser el revulsivo de un embrión de violencia que explotaría durante el conflicto civil. Sería entonces cuando, tras tantos años de fricciones, se saldarían las cuentas fuera del marco legal, dando paso a esas venganzas e inquinas personales que afloraron probablemente con demasiada velocidad. A esto debemos sumar recientes estudios, como el de José Antonio Parejo o Alfonso Lazo, sobre la colaboración ciudadana con las tropas de represión en ambos bandos durante la guerra y posguerra. Recordemos que esto no fue algo exclusivo del caso español sino que fue algo común en los regímenes totalitarios de toda Europa, algo sobre lo que ya escribimos en Real Silvia. Contar en esos años en España con un informe favorable de un párroco, de FET o una autoridad militar podía ser la delgada línea entre vivir o ser fusilado en la primera cuneta de tu calle. Las jefaturas provinciales y locales del Partido cumplieron con gran recelo y garantías los cometidos de información que se le había encomendado, convirtiéndose así en la principal acusación de muchos de estos juicios. Pero la labor de Falange fue más allá del campo de batalla y retaguardia. El partido y los verdaderos falangistas tuvieron una importante implicación en la elaboración de leyes como la de Responsabilidades políticas (1939) a través de la cual se podía inculpar a cualquier persona que desde abril de 1934 haya tenido algún de relación con organizaciones y sindicatos de izquierda así como puestos políticos relacionados con el Frente Popular. Esto continuaría más tarde con la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo (1940) y una general depuración de la Administración pública y empresas privadas.
Hemos pretendido con esto hacernos una pequeña idea de lo que estuvo pasando en las retaguardias durante la Guerra Civil y después en la Posguerra. Se suelen poner el foco mediático en los sucesos de los frentes pero desde hace no muchos años, los historiadores están de acuerdo con que la brutalidad fue mucho mayor detrás de ellos. Tres años de combate, denuncias, masacres y ejecuciones que, aunque no podamos compararlo con lo que poco después sucedería en Europa, nos deben llevar a reflexionar sobre la necesidad de conocer lo mejor posible ese periodo porque a día de hoy, como dijimos al principio, es muy difícil hablar de estos temas sin que salten las chispas. Yo me alejo de todos aquellos que intentan politizar el trabajo en las fosas comunes, creo que debe ser el historiador el encargado de dar nombre a esas cifras, sean del bando que sea.
[1] http://www.juntadeandalucia.es/administracionlocalyrelacionesinstitucionales/mapadefosas/index.jsp
Bibliografía
–DEL REY, F.: Palabras como Puños. Madrid, Tecnos, 2011.
–ESPINOSA MAESTRE, Francisco: La Justicia de Queipo. Barcelona, Crítica, 2006.
–LAZO DÍAZ, A.: Retrato de fascismo rural en Sevilla, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1998.
–PAREJO FERNÁNDEZ, J.A.: Las Piezas perdidas de la Falange: el Sur de España, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2008.
–PAYNE, S.: El colapso de la República. Los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936). Madrid, La Esfera de libros, 2005.
–PRESTON, Paul: El Holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después. Barcelona, Debolsillo, 2013.
–RODRIGO, Javier: Hasta la raíz: violencia durante la guerra civil y la dictadura franquista. Madrid, Alianza Editorial, 2008.