Dice Florence Delay que imitar es «viajar en el tiempo, el espacio». Esa es su propuesta en A mí, señoras mías, me parece, un precioso conjunto de treinta y un relatos del palacio de Fontainebleau publicado por Acantilado. Es la forma que Delay escogió para viajar en el tiempo y navegar por el espíritu, la identidad del palacio de Francisco I.
Es un formato atípico para lo que cualquier aficionado o estudioso de la Historia está acostumbrado, pero no por ello menos válido. No es un libro para recopilar datos en nuestros cuadernillos de notas, pero creo que sirve tanto o más que cualquier estudio historiográfico al uso para adentrarnos de lleno en Fontainebleau.
Florence Delay recorre, en estos treinta y un relatos de A mí, señoras mías, me parece, la historia del palacio de Fontainebleau en muy finas pinceladas. Desde el origen del nombre, que sirve como introducción a lo que está por venir, a su desarrollo como residencia y ensoñación preferidas por Francisco I y la recuperación que vivió bajo el reinado de Enrique IV.
Todo el libro emana Renacimiento. Cada relato es una delicia que invita a leer y releer, más por el puro placer de la pluma de Florence Delay (y la fantástica traducción de Caridad Martínez) que por revisar algunos de los hechos históricos que en ellos encontramos. A mí, señoras mías, me parece viene editado con suma delicadeza en un papel de la mejor calidad; una pintura (o fragmento de una) acompaña cada uno de los relatos. El libro se convierte así en una preciosa galería de bolsillo del estilo de Fontainebleau.
Cada relato, cada imagen, nos adentra poco a poco en ese estilo pictórico que nació al calor del mecenazgo de Francisco I, que forjó así la identidad del palacio. Pintores como Rosso Fiorentino, Francesco Primaticcio, François Clouet y un sinfín de anónimos fueron los que gestaron el espíritu, el estilo de Fontainebleau. Sus pinturas y sus vidas son un elemento central de A mí, señoras mías, me parece, y Florence Delay dedica algunos relatos a explorar, a poner palabras a algunas de esas escenas.
Forma así, Delay, un conjunto de treinta y un relatos (y un epílogo corto pero, qué duda cabe, monumental) que recorre lo terrenal y lo divino, lo histórico y lo mitológico, de este maravilloso palacio. De los reyes y los pintores que lo habitaron y decoraron, a las damas y las diosas que influyeron, de diferentes maneras, en los primeros, y que son una constante en las pinturas de Fontainebleau. Son esas damas, esas señoras mías, a las que Florence Delay habla en primera persona, de una forma que cautiva y nos adentra en el libro desde los primeros renglones.
A mí, señoras mías, me parece termina como un alegato a favor de la imitación, que Florence Delay acierta a señalar como algo mal visto durante el siglo XX. Pues a través de esa imitación podemos viajar en el tiempo, adentrarnos en la época, el lugar y los personajes como no podemos hacer de otro modo. No es más que la pura y honesta intención de comprender ese viaje, al momento que sea, de una manera alejada del presentismo. Es, quizás, una forma de alcanzar lo mismo que pregonaba Américo Castro: habitar la Historia para dejar que nos hable aceptando lo que nos dice.
No se me ocurre mejor manera de habitar la historia de Fontainebleau que con A mí, señoras mías, me parece. Valgan las palabras de Florence Delay para dejarnos llevar:
Imitar, placer mal visto y de inutilidad pública, que consiste en perderse, no en huirse (lo que por otra parte es imposible) sino en alejarse de uno mismo. Dejar plantada a la propia identidad, cambiar de dirección y de señas particulares, cambiar de manera cambiando de materia, viajar en el tiempo, el espacio, en resumen, jugar a perderse, a perderse de vista.
Florence Delay es escritora, guionista, traductora y actriz. Protagonizó El proceso de Juana de Arco (1962) y, enamorada de la cultura española, ha traducido al francés la obra de José Bergamín, además de Calderón, García Lorca, Sor Juana Inés de la Cruz o Fernando de Rojas, así como ha escrito y prologado obras sobre la tauromaquia. Miembro de la Academia Francesa y académica correspondiente de la RAE. Estudiosa del Renacimiento, ya se había prodigado sobre Fontainebleau en Les dames de Fontainebleau (1987), título ahora descatalogado.