La mañana del domingo 26 de mayo, en medio de una intensa tormenta «cuyos truenos se confundían con los bombardeos de la artillería» alemana, las tropas de la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF en inglés) destinadas en Francia se replegaban hacia Dunkerque.
Tan sólo 16 días antes había comenzado el Plan Amarillo alemán, cuyo objetivo era forzar la capitulación de Francia y reducir al mínimo posible la presencia británica en el continente. Para ello, Erich von Manstein, mariscal de campo alemán, había ideado el «golpe de hoz» sobre el norte de Francia. De tener éxito, aislarían en las costas del Canal de la Mancha a buena parte del Ejército Aliado, dejando Francia a merced de Alemania.
Un ejército fantasma en las Ardenas
Una parte esencial del plan era convencer a los altos mandos Aliados de que las fuerzas alemanas replicarían el Plan Schlieffen de 1914. Para asegurarlo, previamente habían sembrado el desconcierto entre la inteligencia Aliada, inundando Holanda, Bélgica y Francia de falsos rumores. La campaña de desinformación alemana fue tan eficaz que, incluso con un gran contingente cruzando el río Mosa, el Alto Mando francés estaba convencido de que aquellas fuerzas se dirigían al sur.
El 10 de mayo el infierno se desató sobre Holanda, que capituló a los cinco días. Previamente Alemania había introducido a espías y soldados disfrazados de turistas, y el Ejército alemán, una vez iniciada la marcha, sabía perfectamente a dónde y cómo llegar para hacerse con los puntos estratégicos del terreno.
Entretanto, un ejército fantasma alemán avanzaba con calma por el sector boscoso de las Ardenas. Con el foco puesto en el Primer Ejército, que invadió Holanda y el norte de Bélgica y bombardeó intensamente núcleos urbanos (Rotterdam se convirtió en una gran antorcha), los Aliados estaban convencidos de que Alemania volvería a poner en práctica el Plan Schlieffen. Pero el plan de Manstein buscaba rodear al enemigo hacia el norte en vez de hacia el sur, y mientras estos concentraban sus tropas allí, el ejército fantasma los acorralaría.
Los Aliados supieron pronto del Segundo Ejército alemán, aunque no de su magnitud en un principio. Mandaron a la caballería francesa sin una misión clara a las Ardenas, y al volver, con numerosas bajas que minaron la moral general del sector, no informaron debidamente del verdadero tamaño de las divisiones alemanas.
El cruce del Mosa
El día 13 fue clave para el éxito de la ofensiva fantasma y los grandes sacrificios hechos durante este día por los alemanes muestran, en realidad, que las fuerzas Aliadas podrían haber hecho mucho más por detener el avance. El margen entre ambos ejércitos era muy estrecho: contaban un número parejo de soldados y, aunque Alemania tenía una mayor flota aérea, los Aliados los superaban en carros de combate.
El general de división Erwin Rommel llegó a la orilla del Mosa el 13 y atacó a los franceses exponiéndose a un gran peligro. Sin apoyo de la Luftwaffe (esencial en las tácticas de la guerra relámpago o blitzkrieg), sus tropas se vieron en grandes dificultades. Sin granadas de humo, decidió quemar una aldea para suplirlas ya que el viento era favorable. A pesar de las dificultades y de la durísima defensa francesa, Rommel estuvo en todas partes dirigiendo labores de ataque, de cobertura y de ingeniería. Cruzó a pie el río y por la noche trabajó en la construcción de un puente para los blindados. Allí comenzó su leyenda y sus actos aquel día tendiendo dos cabezas de puente galvanizaron a sus tropas y creó más confusión entre los enemigos.
Al otro lado del Mosa la situación era casi inversa. Los Aliados no contaban con divisiones puramente blindadas (y curtidas en batalla), las tripulaciones no estaban bien entrenadas ni habían desarrollado tácticas específicas con los carros blindados. De hecho, los oficiales más veteranos y respetados se mofaban de los que estaban convencidos de que el presente bélico pasaba por esas unidades acorazadas (como Charles de Gaulle). Por otra parte, las divisiones eran constantemente entremezcladas para realizar diferentes trabajos quebrando cualquier posible cadena de mando clara. Y aun con el monstruo a sus puertas, el Alto Mando estaba convencido de que las tropas que ya cruzaban el Mosa se dirigían al sur.
El general Guderian, al mando del XIX cuerpo blindado, también avanzó rápido con sus divisiones, abriendo una enorme brecha entre sus unidades blindadas y su infantería y ganándose la bronca del Alto Mando. Durante su avance, en mitad de una batalla campal, vio cómo los franceses establecieron una línea defensiva en lugar de realizar un contraataque, lo que le dejó claro que el golpe de hoz ideado por Manstein era posible y seguro: que no contraatacaran indicaba la falta de unas reservas numerosas, por lo tanto virar hacia el norte para encajonar al Ejército anglo-francés era posible. Guderian acertó.
Durante aquellos días Gamelin (Comandante en Jefe francés) telefoneó a Churchill para decirle que, perdido el Mosa, habían sido derrotados. El Primer Ministro británico viajó a París el 16 de mayo completamente desconcertado, allí le dijeron que no existían divisiones para contraatacar la brecha que habían creado los alemanes. Churchill quedó atónito y años después escribió lo siguiente:
Nadie puede detener con seguridad un frente tan amplio; pero cuando el enemigo ha lanzado una gran ofensiva que rompe la línea, uno siempre puede tener, siempre debe tener, una masa de divisiones para iniciar un contraataque enérgico en el momento en el que la primera oleada ofensiva pierda su fuerza.
No obstante, los superiores de Guderian no confiaban tanto como él en que los franceses no tuvieran retaguardia, y era lógico: a fin de cuentas su general no tenía pruebas sólidas y la brecha creada entre las divisiones blindadas y la infantería los dejaba expuestos. Con todo, el resto de unidades acorazadas avanzaron una vez que el 15 de mayo las defensas francesas de las Ardenas se desmoronaron por completo. Las tropas fantasma alemanas se dirigieron hacia el Canal entre un Ejército francés completamente descompuesto. El escritor Antoine de Saint-Exupéry, que ejercía de observador, relató así estos compases de la ofensiva:
En todas las regiones que [los blindados alemanes] han cruzado como relámpagos, un ejército francés, aunque parece prácticamente intacto, ha dejado de ser un ejército. Se ha transformado en segmentos grumosos.
Las divisiones blindadas marchaban a tal ritmo que llegó un momento en que no eran capaces de detenerse a coger prisioneros o suministros, lo que que fue tomado como una falta de respeto entre los franceses. Pero lo cierto es que el Ejército nazi ya llevaban demasiados. La división panzer de Rommel se llevó el apodo de «división fantasma»; ni sus superiores conocían bien su posición debido a su rápido avance.
Un respiro, ¿innecesario?
El día 20 las fuerzas de Guderian llegaron a Abbeville, el golpe de hoz había sido prácticamente completado. La BEF y parte del Ejército francés estaban acorralados, ya que al norte de Bélgica el Primer Ejército de Bock, que había tomado Holanda, completaba el cerco. A pesar del entusiasmo de incluso Hitler, el Alto Mando no dio la orden de avanzar hacia los puertos del Canal de la Mancha hasta el día 21. Ese mismo día un improvisado ataque británico retrasó el avance de las tropas y aumentó el nerviosismo del Alto Mando alemán.
Una buena parte de los altos mandos alemanes nunca había creído del todo en la ofensiva a través de las Ardenas. El propio Hitler estaba muy preocupado, junto a oficiales veteranos de la Gran Guerra, porque un contraataque Aliado por los flancos diera al traste con toda la operación. El 22 de mayo se produjo otro ataque, esta vez de fuerzas francesas. Tanto el contraataque británico como el francés fueron rechazados, pero fueron claves para la suerte que corrieron los soldados de Dunkerque (Dunkirk en los mapas).
Con el viento a su favor, el 24 de mayo, el Alto Mando alemán dio la orden de detener el avance del ejército blindado. Fue una de las decisiones más controvertidas de la guerra y, aunque a toro pasado fue un error vital, en aquel momento tuvo sentido para muchos. Las divisiones blindadas habían soportado la mayor parte del ataque y los tanques necesitaban reparaciones, además iban muy por delante de su infantería. Varios oficiales estaban preocupados de que sus carros de combate no aguantasen un contraataque bien organizado y pidieron a Hitler descansar. De modo que se ordenó que el avance ahora estaría a cargo del ejército de Bock (con un solo contingente blindado), las divisiones acorazadas debían esperar a su infantería. En caso de que algo saliera mal, Göring, a cargo de la Luftwaffe, había asegurado a Hitler que sus aviones podrían encargarse de cualquier evacuación británica por mar. No obstante, no se trata de una cuestión cerrada y hay varias teorías acerca de esta decisión.
Atrapados en la bolsa de Dunkerque
Ya el 19 de mayo, el comandante en jefe de la BEF, lord Gort, había insinuado a Londres que sus fuerzas tendrían que replegarse y no les quedaría más remedio que ser evacuadas en Dunkerque. No confiaba en el Ejército francés para un contraataque ordenado. La Real Fuerza Aérea (RAF en inglés) había sufrido demasiados derribos contra la Luftwaffe y el gobierno británico retiró numerosos aviones a la isla. Aunque no daban la batalla por perdida, comenzaban a pensar que, ante una posible victoria alemana en el continente, necesitarían todas las fuerzas posibles para defender Gran Bretaña.
Con el cerco completado, entre el 23 y el 24 Gort dio la orden de retirada. Sus fuerzas, en Arras, mantenían unas posiciones insostenibles ante el avance alemán. Al día siguiente ordenó cancelar los preparativos de un contraataque, habían interceptado el coche de un oficial alemán con órdenes para atacar el sector belga, que se encontraba al límite de sus fuerzas. Uno de sus tenientes le convenció de que era mejor idea reasignar esas tropas para cubrir el probable hueco que dejarían los belgas. Esa misma noche, Anthony Eden (secretario de estado de guerra) le dijo por teléfono a Gort que la seguridad de la BEF era la mayor prioridad, pues sabían que los franceses no podían montar un ataque en el Somme. La intuición no había fallado a Gort.
El 26 se dio la orden a Ramsay, del Almirantazgo británico, de preparar una flota para evacuar a las tropas de Dunkerque y se confirmó la retirada y evacuación a Gort; la operación Dinamo estaba en marcha. Según las estimaciones que manejaban, no podrían rescatar a más de 40.000 hombres.
Mientras que algunos historiadores señalan que los franceses fueron informados de la evacuación, pero que decidieron replegar tarde sus tropas, Lynne Olson explica en «La isla de la esperanza» que los británicos compartieron su plan de evacuación con sus socios cuando esta ya había empezado. Los Aliados rara vez habían confiado entre sí, pero el devenir de la batalla minó las relaciones hasta el límite: el Ejército francés no había desplegado una retaguardia acorde a la situación (aunque ninguno esperaba la sorpresa del Mosa), ante tal situación los británicos decidieron evacuar a sus tropas en lugar de plantear una defensa contundente y comenzaron a hacerlo sin avisar a franceses ni belgas, quienes sí realizaron una durísima defensa casa por casa. La sensación en Francia era que, a pesar del fracaso propio, los británicos los estaban utilizando para salvar su vida. Siempre es complicado juzgar quién tuvo la culpa de qué, pero los recelos entre ambos bandos estaban más que justificados.
Durante estos días, Churchill luchaba otro tipo de guerra en Londres. Mientras que él pensaba en salvar todos los efectivos posibles para continuar en la guerra, Halifax, quien podría haber sido primer ministro y ahora era ministro de exteriores, le planteó un serio problema. Tanto Halifax como buena parte de los conservadores querían reunirse con Mussolini para saber en qué condiciones Hitler ofrecería una paz. Aquella palabra no sonaba nada mal para muchos, especialmente al conocer los acontecimientos en Francia.
Churchill no las tenía todas consigo, pues no contaba con demasiados apoyos en el gobierno. A pesar de la desventaja inicial, el primer ministro fue convenciendo poco a poco a la mayoría durante los continuos gabinetes de guerra. Que Chamberlain, ex-primer ministro, lo apoyara, fue clave, así como la idea de que la independencia de Gran Bretaña era vital, y que comenzar unas conversaciones de paz minaría la moral del Ejército y la población.
La batalla de Dunkerque
El 27 se produjo la brecha en el sector belga para la que Gort ya había tomado medidas. Un día después, y tras una durísima resistencia semejante a la de la Primera Guerra Mundial, Bélgica capituló. Entretanto, la pausa alemana de las divisiones blindadas y el avance más lento del ejército de Bock permitieron a la BEF y al Ejército francés montar un cerco defensivo aldea a aldea que presentó una fiera resistencia durante los siguientes días.
La Luftwaffe de Göring no tuvo el efecto que había prometido. La mayoría de sus aviones despegaban todavía desde aeródromos alemanes. Con cerca de una hora de autonomía, al llegar a Dunkerque no tenían mucho margen de maniobra. Además, los primeros bombardeos sobre la playa de Dunkerque carecían de escolta de cazas y la RAF derribó muchos bombarderos. Otro problema que se encontró la Luftwaffe fue que la suavidad de la arena mitigaba la letalidad de las explosiones. Anthony Beevor estima que murieron más soldados por las ametralladoras de los aviones que por las explosiones.
El 29 de mayo Alemania presionó hasta casi desbaratar la operación. Un durísimo ataque al cerco casi abre una brecha que habría terminado con la evacuación. Mientras tanto, Göring había convencido a Hitler de lanzar un ataque masivo de la Luftwaffe que hundió o dañó seriamente diez destructores vitales para la ulterior defensa costera en la que Gran Bretaña ya pensaba. A pesar de las adversidades, ese día dio comienzo la operación Dinamo en todo su esplendor, evacuando a alrededor de 70.000 soldados de Dunkerque.
Una vez que la infantería alcanzó a las divisiones blindadas, el Segundo Ejército alemán continuó la marcha. No obstante, la infantería estaba agotada tras varias jornadas a marchas forzadas; el Ejército alemán no contaba con muchos vehículos de transporte. Hitler se empeñó en no perder los blindados (ya habían perdido una sexta parte del total) y ordenó que se detuvieran cuando Dunkerque estuviera a tiro de la artillería.
En las playas había cientos de miles de soldados aguardando en largas filas a que un bote los llevará de camino a la salvación. A sus espaldas tenían a pocos kilómetros las divisiones alemanas que avanzaban lenta pero inexorablemente. Del cielo llovía fuego de artillería y de vez en cuando los bombarderos «Stuka» alemanes volaban en picado lanzando sus bombas, como gaviotas oscuras llevando la muerte. En el Canal de la Mancha los antiaéreos de la flota hacían cuanto podían y, en el cielo, los Spitfire de la RAF desplegaron una lucha sin cuartel para salvar a sus compañeros de tierra. No obstante, en las playas no había rastro de ellos y la infantería maldecía a sus pilotos al sentirse indefensos.
Al caer la noche, los soldados aguardaban en el mar con el agua hasta la espalda desprovistos de su equipo tal y como les habían ordenado. Los marineros los sacaban del agua a menudo en pésimas condiciones. Muchos de estos eran pequeños botes de recreo que habían escuchado la llamada de la BBC la noche del 26 y que al día siguiente se presentaron voluntarios. Cruzaron el canal hasta las enormes columnas de humo de los depósitos de Dunkerque el 30 de mayo y, estos «marineros de fin de semana», llevaron a los soldados de la playa a los barcos de la Marina. Fueron una bocanada de aire fresco para todos, hasta ese momento pensaban que la mitad del Ejército iba a quedarse en Francia.
Incluso protegidos por el acero de los barcos los soldados no estaban seguros. La Luftwaffe incrementó los ataques cuando la RAF disminuía su presencia en el canal y varios barcos fueron hundidos cuando sus pasajeros se creían a salvo. A veces la muerte llegaba en forma de torpedo en mitad de la más absoluta de las calmas. Los daños a la Marina británica fueron considerables, pero la Luftwaffe no consiguió, ni de lejos, lo que Göring había prometido.
La noche del 3 de junio llegaron las últimas embarcaciones a costas inglesas. La operación Dinamo había concluído, salvando entorno a 338.000 efectivos, de los cuales 193.000 eran británicos y 145.000 franceses. Otros 80.000, en su mayoría franceses, quedaron sin poder ser evacuados. Gran Bretaña había perdido 78.000 soldados, casi todos sus tanques y vehículos motorizados, casi la totalidad de su artillería y la inmensa mayoría de sus pertrechos. Tocaba empezar de nuevo. El Ejército británico había dejado de ser el, hasta entonces, ejército más mecanizado de la historia. Y buena parte de ese material estaba ahora en manos nazis.
En Francia las tropas alemanas se reorganizaron y, con los blindados plenamente reparados, avanzaron hacia el Somme. El resto del Ejército francés no estaba solo, unos 100.000 británicos que se habían visto empujados hacia el sur aún luchaban contra Alemania y participaron en la defensa del Somme. Pero el grueso de la BEF, veteranos británicos incluidos, habían sido salvados. Gran Bretaña estaba preparada para luchar otro día.
Este artículo tiene una continuación en «La batalla de Francia: el hundimiento de la III República Francesa«.
Este artículo ha sido editado en abril de 2018. Se ha añadido una frase para señalar que hay más teorías acerca de la decisión del alto a las divisiones panzer. Teorías que no hemos explorado al no girar este artículo en torno a ese hecho específicamente. También se ha añadido un párrafo para explicar mejor el resquemor surgido entre Francia y Gran Bretaña.
Bibliografía
-BEEVOR, A: La Segunda guerra mundial, Pasado y Presente, 2012.
-CHURCHILL, W: La segunda guerra mundial, La esfera de los libros, 2009.
-EDEN, G: Retrato de Churchill, Lauro, 1960.
-HOLLAND, J: The war in the West. The Rise of Germany 1939-1941, Atlantic Monthly Press, 2015.
-MURRAY, W & R. MILLET, A: La guerra que había que ganar, Booket, 2010.
-OLSEN, L: La isla de la esperanza, Desperta Ferro Ediciones, 2018.
-SHEPPERD, A: France 1940, Osprey Military, 1990.